miércoles, 24 de junio de 2009

La verbena de San Juan


Con motivo de la tonta verbena de San Juan, unos amigos míos nos invitaron amablemente a compartir con ellos la velada, lejos de esta urbe ceniza. Como mandan los más bobos preceptos de tan sutil celebración de la onomástica de nuestro monarca campechano (sino de qué moreno), tras una cena animada y amigable, nos alejamos de la mesa para tirar petardos. Hacer mucho ruido generando una atmósfera irrespirable y poniendo en riesgo la integridad de los dedos, es el secreto más lerdo y mejor guardado del gremio de los Amputadores de Dedos. Y por ende, una de nuestras más estúpidas tradiciones atávicas. Mencionar además, la de mobiliario urbano que se deteriora al grito, supongo, de: ¡Viva nuestro Rey Campechano! ¡¡¡Vivaaaaaaaaaa!!! Seguido de sendos chupinazos de verdaderos obuses domésticos.
Ese mismo mobiliario que uno se carga si tiene la mala suerte de quedarse sin frenos en la moto y partirse la crisma contra aquel. En ese caso hay que abonar crisma y mobiliario urbano deteriorado, so pena de ser alquitranado y emplumado por las autoridades, y paseado por la Gran Vía al grito de los insultos de los ciudadanos. O los riesgos que uno corre si esa noche decide pasear por la ciudad, y algún imbécil decide tirar un petardo por la ventana. Además, siendo esta ciudad tan maleducada e incívica como es, eso es fácil que pase, quedándose uno con el cogote chamuscado y a cuadros.

Pero bueno, todo esto es disiparse en dilates que no llevan a ninguna parte, sobre todo en esta ciudad medio tonta que hace las cosas con el culo. Lo que contarles quería, fue que entre los petardos del pack adquirido en uno de estos puestos ambulantes, encontramos una caja que contenía un petardo llamado “Craterin”. El dibujo de la caja dibujaba una madre sonriente con su delantal y su peinado “Cuéntame…”, soportando un niño en sus brazos henchido de felicidad. Este niño llevaba en sus manos un petardo la mitad de grande que él, dispuesto a ser prendido por un señor, que debía de ser su padre, quien lucía una cerilla encendida mientras sonreía. Las instrucciones de la caja del “Craterin” advertían que uno debía alejarse cincuenta metros del lugar del “explote”. Así que lo pusimos en mitad de la calle, encendimos su mecha de medio metro y empezamos a correr calle arriba como perseguidos por David Bustamante entonando baladas.

Sin duda, se imaginaran que el bufido que soltó el “Craterin” este fue de órdago. El estallido fue tan brutal que la onda expansiva derribó dos farolas y seis árboles. A cincuenta metros la nube de humo que levantó tiznó nuestras ropas y nuestras caras, y no sé muy bien como fue que pasó, pero los pelos se nos quedaron de punta y grisáceos del todo.
El estampido rompió cristales, disparó alarmas, silenció a los perros que momentos antes ladraban histéricas ante el ruido de los petardos… al día siguiente leí incluso, que hasta una avión de la TWA que sobrevolaba la zona había perdido el rumbo como consecuencia del “viaje” que pegó nuestro “Craterin”. Sonó como un ¡BAAOOUMMM! que merecería tantos signos de exclamación que necesitaría horas para teclear. Y claro, se imaginarán también que tras disiparse la nube de humo negro apestoso que nos invadió, se descubrió ante nosotros un inmenso cráter humeante de unos seis metro de profundidad por unos… veinte de diámetro.

Dos dotaciones de policía se presentaron ante el cráter, ciertamente alarmadas por la deflagración de nuestro superpetardo. Unos rostros poco amigables descendieron de aquellos coches con sirena y nosotros temimos lo peor… y estábamos sin cámaras. Miraron el cráter muy enfadados y después nos miraron reprobantes a cada uno de nosotros. De pronto, uno de ellos advirtió los restos de caja de “Craterin” con la tía sonriente, el niño en brazos, el pavo con la cerilla encendida, la abuela de fondo fumando y… se obró el milagro.

- ¡Eh mirad, es el “Craterin”! - le dijo a los otros, abriendo una gran sonrisa de domingo.

Al verlo, los otros también sonrieron.

- ¡Caramba chicas! ¡Esto si que es un petardo! ¡Menudo “viaje” más divertido!

Tras pronunciar aquella ocurrencia, el policía de marras soltaba una enorme risotada, y sacaba de debajo de su gorra una bolsa de “Bocabits” empezando a dar buena cuenta de ellos

- Cuando yo era joven tiré uno de esos a las puertas de un asilo, diez ancianas se quedaron bizcas para siempre y provoqué tres infartos… ¡¡¡JAJAJA!!! – reía complacido.
- ¡¡¡JAJAJAJA!!! - Reían todos al unísono mientras se abrazaban entre ellos y contenían esfínteres.

Y es que estas cosas pueden pasar. Al apreciar que aquel extenso cráter había sido una consecuencia del “Craterin” que buenamente habíamos lanzado la noche de San Juan, como que apaciguó los ánimos de aquellos policías de turno de noche. Como les contaba, aunque reparar aquel abismo iba a costarle una millonada al consistorio de turno, no había sido provocado por una mala ostia en moto, y no había que inculpar a nadie, y a nada más, que a la magia de esa noche. Los policías se despidieron ofreciéndonos un puñado de “Bocabits” y después de besarnos, se fueron con sus sirenas tras recomponer sus muecas aguerridas y despiadadas.


1 comentario:

  1. Craterin ¿Y donde dices que los venden? Porque a más de uno se lo pondría debajo de la silla.

    ResponderEliminar