lunes, 27 de abril de 2009

PALABRAS AUSENTES

Me despierto a las 7 con un humor de perros. Suena mi "celular" a lo lejos, no me va a dar tiempo a cogerlo. No pienso levantarme y me empieza ya a doler la cabeza... Tras un breve silencio oigo el molesto pitido indicador de que tengo un mensaje. La mala leche ya no es incipiente sino que avanza a pasos agigantados, me levanto, llego al maldito aparato y veo en pantalla un número que no reconozco: ?¿?¿?
Alguien a quien no he visto en mi vida me escribe: “Buenos días preciosa, que tengas un feliz día. Te quiere de corazón tu príncipe” Aún con el teléfono en las manos no sé bien qué hacer…. Quiero que esas palabras sen para mí, pero sé de sobras que se las he robado a otra, mejor se las he tomado prestadas y decido que me las quedo toda la mañana


Por un momento pienso: “a lo mejor no es un error y de verdad de la buena que hay alguien sobre la faz de la tierra que siente esas cursiladas por mí y me ha mandado un mensaje para decírmelo”.

Sin tomar ninguna decisión por el momento, me dispongo a desayunar y vestirme, tengo que marchar al trabajo y centrarme en mis asuntos. Paso toda la mañana debatiéndome entre decir algo o callar… aplazo el momento porque sé que mientras no reaccione esas palabras me pertenecen completamente y alguien me ha llamado preciosa y me ha deseado un feliz día, por lo tanto decido postergar el momento y lo disfruto.


A la hora de comer me decido finalmente a devolver lo que no me pertenece, voy a escribirle un mensaje y a decirle a este misterioso enamorado que se ha equivocado y que debe mandar el mensaje a su auténtica destinataria porque lo tengo yo y no ella…


Me cuesta pero, lo hago y…el dulce amante me contesta de nuevo con gran amabilidad; tanta que me deja de nuevo patidifusa, destrozada y casi enamorada locamente. Por un instante me dan ganas de llamarle enloquecida de amor y decirle que nos larguemos y que somos el uno para el otro porque la verdad es que “me ha hecho tan feliz como hacía tiempo no lo era y…”. Recobro la cordura, regreso al aburrimiento de la sensatez y le contesto agradecida que no pasa nada y para terminar le deseo de todo corazón que la vida le trate bien.


Se acabó, sólo eran unas cuantas palabras, tomo mi teléfono y acepto la opción: eliminar todos los mensajes entrantes. Al fin y al cabo ni le conozco, puede ser horroroso, un maltratador, alguien deleznable, despreciable, monstruoso y sólo han sido unas palabras que ni siquiera eran para mi; unas palabras que ahora ya no están; sólo son unas palabras ausentes. Sí, seguro que ese tío no es lo que parece, seguro que incluso le huele mal el aliento, seguro que es mucho más joven o mucho más viejo que yo, seguro que es … me voy a la cama tras matar su fantasma, no le dejaré ni entrar en mis sueños.

sábado, 18 de abril de 2009

Nuevas tecnologías; correo electrónico

El otro día comentaba con un amigo sobre el sentido originario del acto de saludarse entre las personas. Su explicación me resultó muy convincente. No soy un entendido en sociología aunque sí que contengo un cierto nivel de gérmenes de interés por la antropología, y creer que el saludo entre seres humanos no es más que el hecho de reconocerse como seres de la misma especie, me resulta revelador. Revelador en tanto que es obvio lo mal que nos sienta a toda la especie humana el hecho de que, pongo por ejemplo, nos cruzáramos por la calle con Pepita e hizo como que no nos veía. Peor aun si encima la tía va y se cambia de acera, no por sucumbir repentinamente ante los placeres que brinde el ser homosexual, sino por no tener que cruzarse con nuestro careto y verse obligada, la Pepita en cuestión digo, a saludarnos. Pero eso es harina de otro costal.

En el tema del saludo entre las personas estábamos cuando les decía lo mucho que nos repatea la ausencia de un triste “hola”, o un leve movimiento de cabeza, o una liviana sonrisa, o una mínima mueca que denote un languidísimo “te he visto y te reconozco”. No en vano expresiones como aquella del “No hay mayor desprecio que el no hacer aprecio” deben contener alguna referencia a este hecho, del mismo modo que nos resulta un castigo, y de los gordos, el “retirarle” el saludo a alguien. O como dice mi amigo de marras; castigar a uno/a azotándole con el látigo de la indiferencia. Por no mencionar el legendario: “si te he visto, no me acuerdo”.

Que en los entornos de la sábana africana, homo-sapiens entendiera que a otro homo-sapiens había que respetarlo y no zampárselo, debió de ser importante. Tanto como para desarrollarse el saludo que debería expresar algo así como; “Mira bonita, me cruzo contigo y no te como, porque eso sería antropofagia y eso va contra nuestra propia especie. Lo mejor será zamparnos entre nosotros en algún que otro ritual aislado, aunque después “Cuarto Milenio” se atreva a decir que la antropofagia era una práctica habitual en el Paleolítico Superior. Pero que te conste que te he visto”. Y que todo este discurso se haya transmitido desde entonces de padres-madres (o padres-padres, madres-madres, padre, madre, sean biológicos o adoptivos) a hijos-hijas-hij@s debe de ser importantísimo. Lo cual me lleva a una primera conclusión; si a uno-a-@ no le transmiten este conocimiento, lo maleducan.

Por otro lado, en estos tiempos que corren en los que en la distancia se media con aparatos electrónicos, tal sea un móvil o un ordenador, el saludo debería corresponderse siguiendo los mismos criterios de cortesía, ergo de educación, con los cuales saludamos a Pepita, bien sea con un leve gesto de la mirada o apabullándola con besos, abrazos, y soflamas. Es cierto que ahora nos comunicamos más que antes entre las personas, en el sentido de que ahora disponemos de muchos más medios para conectar entre nosotros-as-@s. Pienso además, que no aprovecharse de ellos sería lo mismo que cachondearse del homo-sapiens de la Sabana Africana. Es decir, sería como volver a un momento del desarrollo de la especie humana, anterior al hecho en sí del saludo entre humanos. Lo cual me lleva a una segunda conclusión; si perdemos el bello hábito del saludo entre seres humanos, es que ya nos podemos comer entre nosotros-as-@s.

En estas nos vemos cuando uno, en su inmensa ingenuidad, aprovecha las nuevas tecnologías para comunicar con sus amigos de vez en cuando, aunque sólo sea para saber si todos-as-@s seguimos con vida. Excepcionalmente algunos contestan, hay quien siempre responde, y hay quien por sistema nunca responde. Que excepcionalmente ponga un sms a un amigo-a-@ y no me responda, lo atribuyo a que es cierto que este tipo de saludos entre seres de la misma especie tiene un precio traducido a euros que no todo el mundo está dispuesto a asumir. Asumo incluso que este tipo de saludos vía sms, se reservan a cuando toca; a la noche de fin de año. Así que sobre los sms; nada más que decir, no extraeré más conclusiones.
Sin embargo, que un amigo-a-@ no responda a un e-mail en el que simplemente le mando un saludo porque, por lo que sea, me he acordado de él-ella-@, me repatea el bazo. Me hace sentir ignorado, no como ser humano, espero, pero sí como amigo.

Por un lado porque se estampa directa y frontalmente con mi enorme ingenuidad al etiquetar a la gente como amigo-a-@, y porque, a tenor a lo expuesto con lo referente a los sms, responder a un e-mail es gratis y sólo implica unos 30 segundos del preciado tiempo de cada uno, mucho más caro por lo visto que el valor mismo de la amistad.
Y con todo esto llego a una tercera conclusión; que mis amigos, los que no responden a mis e-mails porque no soy digno de su atención, son unos maleducados y sólo esperan de mí, comérseme.

En estos tiempos que corren ni siquiera para decepcionarme tengo tiempo, o quizá sí que me quede y lo que ocurre es que quien me decepciona, siempre lo hizo.

Lo que voy a hacer ahora es lo siguiente; primero, contestar a todos mis e-mails pendientes. No demasiados, siempre suelo contestar aunque sólo sea con un sencillo; “Ok, estoy muy ocupado. Besos”. Y después, trazaré una lista electrónica de “maleducados” a los que jamás, ni aunque fuera para pedirles una transfusión de sangre porque sino me muero al ratito, les voy a volver a escribir ni a responder un paupérrimo e-mail, ni a contestar un sms. Como ellos hacen conmigo en su enorme superficialidad y en el valor que otorgan a la palabra “amistad”, les negaré el saludo; como si australopitecos fuéramos.