domingo, 8 de febrero de 2009

Hijos que se van... y vuelven.

Hace unos meses veía uno de esos programas de televisión que se han puesto de moda sobre lo talentosos que son los perros. El sabio que conducía este programa, que no entiendo muy bien porqué pero nos emboba a todos, se centraba en el hecho de lo mal que se portan los chuchos cuando los dejamos solos en casa. Éste decía que el mal comportaniento de los canes en estas dolosas situaciones para ellos, se debe a la desesperación que sienten cuando ven que sus dueños se piran sin ellos. Sienten la desesperación del sentirse abandonados, y sienten el terror de no volver a ver jamás de los jamases a sus dueños, a quienes tanto aman.
Dejando de lado la creciente tendencia a humanificar los perros, supongo que para sentirnos buenos humanos al sabernos tan animales, lo que es cierto es que en muchos momentos aflora en nosotros esos animales temerosos que todos llevamos dentro: es el instinto de deseperación total y absoluta ante la idea de perder a una de nuestras crias.
Yo he visto a mi hija partir de mi lado innumerables veces de colonias, y a pesar del nudo en la garganta, a pesar del miedo a todo, y a pesar de los pesares, ella siempre volvía. Y aunque yo sabía que ella volvería, y de que empíricamente, colonia tras colonia, lo veía más que claro, era tan inevitable sentir sucesivos nudos en la garganta, como inevitable el deseo de besar el suelo y hacerte al budismo si así fuese necesario, al ver que mi hija despuntaba por lontanaza metida en un autocar, que nunca llegaba puntual.
Hay mucho de irracional y de bello en el amor a los hijos. Hay una locura que te despedaza cuando ves que un hijo se aparta de ti un solo centímetro. Porque sólo tú sabes que tornillos apretar cuando se le aflojan, porque sólo tú sabes lo raro que hay en él, justo cuando aparece... porque lo sabes todo de él.
Y uno tiene que confiar en los adultos que le acompañan, y más aun, en los innumerables recursos que afloran en nuestros hijos cuando se les aflojan los tornillos y no estamos los padres allí para apretárselos. Esa es la sorpresa; cuando vuelven y tú estás hecho unos zorros de mal dormir por las noches, ellos vuelven repletos de felicidad, de experiencias, de aventuras... incluso los malditos, tienen ganas de volverse a ir.
Bajan del autocar, te abrazan, te aprietan, te cuentan... Ya están en casa y cenan. Luego por fin se duermen, su respiración inunda tus espacios y tus instintos, y por fin, despues de ocho días de vacío, tú también te duermes.

1 comentario:

  1. Ideal!!! Al leerlo me he sentido mejor y no es que esté mal, yo me he ido de colonias pero, ahora era yo quien se quedaba y me alegro de que pueda irse pero, he sentido todo eso del nudo en la garganta y voy a ver su cama por la noche como si ella fuera a aparecer por arte de magia. Es curioso sentirse en contradicción.

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