martes, 24 de febrero de 2009

Carnaval 2009

Hace unos días estuve en la “rua” de carnaval de Barcelona. Según la teoría, nuestros disfraces quieren decir algo más que el mero hecho de ponerse una ropa y unos complementos determinados. Ser lo que llevamos dentro y nos somos, o quizá querer ser lo que no podemos ser y sólo disfrazándonos lo somos. La “rua” de Barcelona es cada vez más ecléctica; desde la Asociación de Vecinos que aprovecha el espacio público observado por miles de transeúntes expectantes para reivindicar el semáforo de turno, hasta la comparsa de presidentes del gobierno vestidos de lagarterana. En estos últimos años incluso, trajes regionales de las comunidades de inmigrantes sudamericanos inundan las “ruas”. ¿Se disfrazan? ¿Desvirtúan el verdadero sentido del carnaval? ¿El carnaval tiene algún verdadero sentido? ¿Son lo que llevan dentro y no pueden ser? No sé muy bien donde está la clave. Personalmente, creo que enriquecen estos desfiles populares… esta es una ciudad demasiado sosa ya, demasiado “puesta” y correcta. De hecho, si no fuera por ellos las 46 comparsas que el otro día circulaban por Barcelona se hubieran visto reducidas a seis o siete… Tal vez fuera porque jugaba el Barça, la gran razón que muchas veces estupidiza a esta ciudad.

El hecho es que mientras miraba pasar la “rua” desde un lado de la calle, pude ver al otro lado a una señora vestida de… da igual, con un traje regional, que de pronto abandonaba su comparsa. La señora de mediana edad parecía muy dolorida, se contorsionaba. Describía un profundo gesto de dolor y agarraba sus caderas mientras echaba todo su cuerpo hacia atrás. Se sentó por fin en la acera apoyando su frente en sus manos. Me pareció sorprendente ver como sus compañeros de viaje, los de la comparsa digo, continuaban caminando impertérritos al malestar de sus compatriota.
De pronto la señora empezó a gritar con desesperación mientras arañaba el asfalto y agarraba la ropa de los transeúntes en una especie de petición de ayuda. Pensé con decepción que esta ciudad puede llegar a ser muy insolidaria.
Vi además que uno de sus compañeros aun se giraba con sorna y se sonreía con maliciosidad mientras la señora gritaba y se retorcía por los dolores.
Sin más esperar, llamé a la policía. No sabía yo que habría hecho la señora para merecer la indiferencia de sus compatriotas, quizá la hubieran herido… no sé, pensé que tenía que hacerlo. La pobre mujer se estaba quedando sin voz, sin uñas…tenía un circulo de personas a su alrededor que la asistían dándole aire con cartones, abanicos… le dieron agua… su rictus de dolor no cesaba...

Por fin llegó la policía, la asistieron con amabilidad y al cabo de unos minutos se la llevaron con ella. Momentos más tarde la señora regresaba y se incorporaba de nuevo a la rua visiblemente recuperada. Pensé que esta ciudad no era tan cruel y fría como yo la creía. Pensé que por lo menos hay un cuerpo policial que merece de todos los elogios. Pensé que ya me daba igual si en carnaval las cosas eran como eran o eran como querrían ser.

Y pensé, sobre todo, en lo malo que es acudir a una “rua” después de tomarse un laxante.

1 comentario:

  1. y mientras tanto yo pienso que el juego de los engaños no tiene limites y el CARNAVAL es el engaño por excelencia.
    Hace poco Julio Llamazares dio una conferencia por estos andurriales y dijo algo que me gustó muuucho: Los escritores son grandes mentirosos a los que les encanta fabular y contar trolas. También dijo otras muchas más cosas, vamos que yo no he leído un sólo libro suyo pero me cayó bien y un día de estos lo pruebo.

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