Siempre había pensado que me podía pasar cualquier cosa porque yo estaba preparada diligentemente para encajar y aprender de cualquier circunstancia y/o situación.
De pequeña era impulsiva, de adolescente precipitada y de mayor ambas cosas. Esas características eran y aún son, para mí, una virtud, un tesoro y a la vez un lastre que hay que arrastrar de vez en cuando o a menudo.
Mi precipitación me había metido siempre en líos, pero también en situaciones de lo más curiosas y novelescas que sin duda jamás hubiera vivido una persona prudente y de las que me sentía muy orgullosa. Los pasajes de mi vida más interesantes me los había garantizado yo solita a base de lanzarme contra todo pensando que nada grave podía sucederme.
Acumulé libretas llenas de escritos en los que describía aquellas situaciones increíbles:
Joven de 18 años se pasea con su novio de la misma edad por el Barrio Chino bacelonés tras consumo de estupefacientes y sustancias liquidas de interesante graduación porque la estética del lumpen es atractiva, joven de 19 años se larga a París sin que nadie de su entorno lo sepa porque un amigo la invita y pasa tres días recorriendo locales sórdidos de ambiente y reputación dudosa rodeada de seres desconocidos y nada convencionales, joven de edad que no importa vive siempre al límite de lo que sea para que le pasen cosas "emocionantes".
En una de mis escapadas a la Barcelona que yo y mis circunstancias habíamos convertido en un Paraíso Perdido me encontré con una BRUJA, de esas que te vaticinan cosas previsibles: viajes, cambios, encuentros y olvidos. Al final de nuestra conversación -fructífera para ella, pues obtuvo 2000 pesetas de las de 1988- me dijo que pidiera un deseo y yo, ilusa de mí, le pedí sólo una cosa INTENSIDAD. No sé si fue ella o fui yo misma con mi precipitación pero me garanticé diez años en los que me pasó de todo y mi máxima más repetida era: "El dolor es la antesala del placer", me sumergí en las tinieblas de la noche y me dejé arrastrar con la idea de que todo era pasajero y a mi nada me afectaba, no importa si hiere, lo que importa es sentir...
Y copié este texto en uno de mis cuadernos: "...cuando era niño, iba un día por encima de una tabla de madera de la que sobresalía un clavo enorme y yo caminaba por aquella tabla y vi el clavo y lo pisé... Yo creía que ese clavo no me iba a afectar a mí.... Yo he estado toda mi vida pisando un clavo que creía que para mí no estaba. Veo las cosas pero me da la impresión de que se puede arreglar todo".
De esto, como de tantas cosas, ya hablaron otros y otras: decimos que no nos duele lo que más nos duele porque lo que nos duele de verdad es el miedo a no sentir nada.
Esta es una de las reflexiones más intensas que he leido nunca. Un recorrido interesante por la vida de una joven que se piensa impermeable a todo. Y sin que te des cuenta todo deja huella; las huellas son nuestro bagaje.
ResponderEliminarJoder, qué intensidades, y qué hay ahora de esa chiquilla, algo te habrá quedao, no??
ResponderEliminarTodo sigue igual
ResponderEliminarEn la vida solo cuenta lo que te llevas bueno de ella. Incluso, lo malo. Pues solo es un conjunto de experiencias.
ResponderEliminarLo realmente importante es que las cortapisas sociales no lastren tu vida. Me remito a otro comentario que he hecho en otro post. "De la piel para adentro, mando yo"
Joder ... pero la cosa no iba de poner limites, la cosa iba de no ponerlos y luego de kejarse... uno quier decir algo y dice otra cosa... qué dificil es decir lo que quieres... ¿SErá culpa de la estética de la recepción? ¿o será culpa d no saber decir lo que quiero? BUENO NO DEMOS LA CULPA A NADIE, ES UN JUEGO
ResponderEliminar