El otro día unos amigos me comentaban que habían sido invitados a la boda de unos familiares cercanos pero con los que no mantenían mucho contacto. Estos amigos son tres de familia y tan asalariados como yo, con lo que cuando pillas una buena racha siempre viene algo imprevisto o alguien con su tema y te jode vivo. Claro, la boda seguramente es un motivo novedoso para la familia de los novios y lógicamente, por no ser cruel y utilizar el término “económicamente”, quieren compartirlo con sus seres más queridos, pero, permitidme el tono; para el resto de su entorno es una putada en toda regla.Mis amigos calculan que a ojo de buen cubero por debajo de los 500 € no sobreviven al evento; esta cantidad obscena responde a los regalos mas la ropa nueva de rigor.
Por supuesto, todo el mundo sabe cuando se casa e invita a alguien a pasar con ellos un día largo, tedioso, y hortera que va a provocar un handicap económico importante a sus invitados. Aun así ¿qué más da? Como mucho cuando te presentes con un jarrón horrible pero que te ha costado 300 € te dirán “– Ay tontorrones pero si no hacía falta que nos regalarais nada!”. Algunos la meten más a fondo; “- Pero si con vuestra presencia era suficiente.” Pero nadie adjunta en su invitación ninguna posdata del estilo “Se ruega no hacer regalo”. Eso estaría bien, y demostraría que uno invita por algo más que compartir un dispendio económico estúpido e injustificado a todas luces. En definitiva, sería invitar a tus afines por algo más que no por aquello de “pagarse el cubierto”.
Estos amigos míos empiezan ya a hacer números y a planificarse renuncias puesto que no acudir a una boda es un feo que nunca se perdona. O entras en el juego, o entras en el juego. No hay más.
Y a tanta hipocresía de un convencionalismo social tan aburrido y falso reconozco que yo también sucumbí. Y reconozco también no haber puesto en las invitaciones a mi boda ni la posdatita de marras, y que además me enfadé durante lustros con unos familiares que decidieron no venir. Claro que de las gilipolladas que haces en tu juventud te das cuenta cuando eres más maduro... como siempre.
Por supuesto, todo el mundo sabe cuando se casa e invita a alguien a pasar con ellos un día largo, tedioso, y hortera que va a provocar un handicap económico importante a sus invitados. Aun así ¿qué más da? Como mucho cuando te presentes con un jarrón horrible pero que te ha costado 300 € te dirán “– Ay tontorrones pero si no hacía falta que nos regalarais nada!”. Algunos la meten más a fondo; “- Pero si con vuestra presencia era suficiente.” Pero nadie adjunta en su invitación ninguna posdata del estilo “Se ruega no hacer regalo”. Eso estaría bien, y demostraría que uno invita por algo más que compartir un dispendio económico estúpido e injustificado a todas luces. En definitiva, sería invitar a tus afines por algo más que no por aquello de “pagarse el cubierto”.
Estos amigos míos empiezan ya a hacer números y a planificarse renuncias puesto que no acudir a una boda es un feo que nunca se perdona. O entras en el juego, o entras en el juego. No hay más.
Y a tanta hipocresía de un convencionalismo social tan aburrido y falso reconozco que yo también sucumbí. Y reconozco también no haber puesto en las invitaciones a mi boda ni la posdatita de marras, y que además me enfadé durante lustros con unos familiares que decidieron no venir. Claro que de las gilipolladas que haces en tu juventud te das cuenta cuando eres más maduro... como siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario