sábado, 29 de agosto de 2009

IT'S UP TO YOU, CALIFORNIA, CALIFORNIA...



Ya he regresado. ¿Qué tal les fue en mi ausencia? ¿Me echaron de menos? ¿Me he perdido algo importante? No sé... ¿Una frase inteligente de alguien del PP, quizá?
Bueno, sea lo que sea lo que me haya perdido, después de revolotear por siete aviones, después del “paripeismo” de las aduanas americanas, después de que me hayan hecho quitar los zapatos siete veces pese al tufo que tras sendas caminatas desprendían mis pies, volví de California, y aquí estoy para contarles.

San Francisco es una ciudad divina. Una ciudad que sorprende, sobre todo por ese microclima que hace que en agosto uno tenga que usar ropa de la que llamamos “entretiempo”. Pero además, eso me parece muy divino; porque bastante calor pasa ya uno en esta estúpida ciudad como para privarse disfrutar de unos días de fresquito. Así que de ropa de “entretiempo”; cuanto menos, mejor.

Calles con pendientes del 45%, focas en el puerto (y no sólo marinas), un Alcatraz impresionante, Sausalito de ensueño, y ese Golden Gate que, pese a la niebla, seguía siendo Golden Gate. Conviene pero, llevar el inglés al día. Los san franciscanos son poco pacientes, tanto como de verborrea supersónica, y claro; te mandan a cagar a la vía en seguida.

Los Ángeles es otro cantar, su encanto como big town deja mucho que desear si la comparamos con la incomparable Nueva York. Pero tiene su qué. ¡¡Es enorme!! ¡¡Es interminable!! ¡¡Es una ciudad de dimensiones monstruosas!! ¡¡Incansable!! Es poco de pasear; moriría uno en el intento. Es de metro y autobuses, y de leer el “Quijote” entre estación y estación.

Merece la pena pasear por Hollywood pese a que no es lo que nos venden. Hollywood es una única calle con las famosas letritas allí en lontananza, y con tantos indigentes que se podría montar una tienda de ellos. Sin embargo, hay que pasearlo y ver las famosas estrellas del suelo.

Pero sobre todo, lo más recomendable es asomare al Pacífico. Sólo es agua salada, pero uno tiene la sensación de que está en las mismísimas aguas donde la tórrida Pamela Anderson se las pone al fresco. ¡Divinas playas! Divinas y enormes, como todo en Los Ángeles. Me pregunto si los angeleños lo tendrán todo igual de enorme... Ellas sí, la Anderson lo saca a uno de toda duda... ¿pero ellos?... bueno, en el fondo no me importa un pito como lo tengan... y nunca mejor dicho.

Y en pleno jet lag debido a esas nueva horas de diferencia, les cuento esto. Sigo enamorado de América. Es un país que pese a su memez aduanera me fascina. Es el país de las cosas grandes, de las facilidades, de la organización, del orden, de todo lo que a uno le suena a diferente. Quisiera conocerla más. Pero eso es tema de otros veranos.

Recuérdenme que les cuente el episodio de la maleta; no tiene desperdicio.

Y eso; a las envidiosas de siempre les comento: me lo pasé pipa.

lunes, 17 de agosto de 2009

CALIFORNIA DREAMING



Hay mucho de sensaciones extrañas que se entrecruzan cuando uno viaja. Hay un nerviosismo que te reconcome y que no sabes muy bien si es porque quieres que esto comience, o quieres que esto acabe para saborear tus recuerdos. Es como paladear un helado después de que te ha calado los dientes, te manchó la camisa, te chorreó por la muñeca, y te costó 10 €.

Hay un mucho de la inseguridad de todo ser humano que aflora cuando viajas a lugares lejanos. De pronto; no controlas nada de tu entorno. De pronto; te piden miles de datos, cientos de documentos, te hurgan tus más íntimas pertenencias, te miran con reproche por si eres un terrorista, paseas de sala en sala haciendo tiempo para tu embarque, te subes a un avión, y te empiezan a decir cosas raras sobre descompresiones en cabina. Te sientes un mosquito en mitad de la nada, volando en la panza de otro más gordo durante hora y horas.

Hay momentos muy “turista” en la vida del turista de “low cost”. Uno de los más, es cuando el sol se pone. No importa que tu organismo haya enloquecido por el “jet lag” y que a las 21:00 te apetezca un desayuno. Sabes que hay que cenar. Buscas un lugar. Que sea amplio, luminoso, con muchas fotos, muchas mesas y sillas, que se huela al gel de otros turistas en el ambiente, después de horas de patear la ciudad. Te fijas en los precios, desmenuzas tu inglés, e intentas averiguar qué demonios debe de ser “Fried chicken with honey baked beans”

Te vuelves majadero intentando decir lo que quieres, haces gestos como electrocutado, se te pone cara de apio intentando aclararte con esa maldita moneda, haces malabares para llegar a tu mesa con esas dichosas botellas interminablemente altas de coca cola...

Pero por fin te sientas, te relajas, miras a tu alrededor y le gritas a la cola que sigue peleándose con el “Fried chicken with honey baked beans”, con la incomprensible moneda, y la impaciente cajera con bigote: ¡¡¡¡¡¡YO-YA-LO-HE-CONSEGUIDOOOOO!!!!!!!

Mientras pimplas sigues observando. Por un lado oyes a una inevitable familia numerosa, de las de abuela y todo, que habla tu idioma y sólo por eso ya te caen bien. Por otro lado ves a una pareja de mirada agotada y tan expectante como tú. Más allá, están quizá aquellos dos que te encontraste en el Museo del Ajo y que te hicieron gracia porque se hicieron 700 fotos en 30 minutos. O quizá alguien te pregunte ¿Sois españoles? Para tú poder decirles: No, catalanes.

No hay nada más excitante que viajar. Vayas donde vayas... como el turista siempre va “vendido” que más da la distancia... Además; todo es nuevo y diferente. Hay que reconocer que viajar es bello aunque a veces te atormentan.

Les cuento a mi regreso.

Por cierto; no quisiera dármelas de mis viajes y cometer a la vez la injusticia de un olvido. Mis recuerdos y homenajes para las envidiosas de turno. Queridas mías: que os den por el culo con una caña rajada.