lunes, 17 de agosto de 2009

CALIFORNIA DREAMING



Hay mucho de sensaciones extrañas que se entrecruzan cuando uno viaja. Hay un nerviosismo que te reconcome y que no sabes muy bien si es porque quieres que esto comience, o quieres que esto acabe para saborear tus recuerdos. Es como paladear un helado después de que te ha calado los dientes, te manchó la camisa, te chorreó por la muñeca, y te costó 10 €.

Hay un mucho de la inseguridad de todo ser humano que aflora cuando viajas a lugares lejanos. De pronto; no controlas nada de tu entorno. De pronto; te piden miles de datos, cientos de documentos, te hurgan tus más íntimas pertenencias, te miran con reproche por si eres un terrorista, paseas de sala en sala haciendo tiempo para tu embarque, te subes a un avión, y te empiezan a decir cosas raras sobre descompresiones en cabina. Te sientes un mosquito en mitad de la nada, volando en la panza de otro más gordo durante hora y horas.

Hay momentos muy “turista” en la vida del turista de “low cost”. Uno de los más, es cuando el sol se pone. No importa que tu organismo haya enloquecido por el “jet lag” y que a las 21:00 te apetezca un desayuno. Sabes que hay que cenar. Buscas un lugar. Que sea amplio, luminoso, con muchas fotos, muchas mesas y sillas, que se huela al gel de otros turistas en el ambiente, después de horas de patear la ciudad. Te fijas en los precios, desmenuzas tu inglés, e intentas averiguar qué demonios debe de ser “Fried chicken with honey baked beans”

Te vuelves majadero intentando decir lo que quieres, haces gestos como electrocutado, se te pone cara de apio intentando aclararte con esa maldita moneda, haces malabares para llegar a tu mesa con esas dichosas botellas interminablemente altas de coca cola...

Pero por fin te sientas, te relajas, miras a tu alrededor y le gritas a la cola que sigue peleándose con el “Fried chicken with honey baked beans”, con la incomprensible moneda, y la impaciente cajera con bigote: ¡¡¡¡¡¡YO-YA-LO-HE-CONSEGUIDOOOOO!!!!!!!

Mientras pimplas sigues observando. Por un lado oyes a una inevitable familia numerosa, de las de abuela y todo, que habla tu idioma y sólo por eso ya te caen bien. Por otro lado ves a una pareja de mirada agotada y tan expectante como tú. Más allá, están quizá aquellos dos que te encontraste en el Museo del Ajo y que te hicieron gracia porque se hicieron 700 fotos en 30 minutos. O quizá alguien te pregunte ¿Sois españoles? Para tú poder decirles: No, catalanes.

No hay nada más excitante que viajar. Vayas donde vayas... como el turista siempre va “vendido” que más da la distancia... Además; todo es nuevo y diferente. Hay que reconocer que viajar es bello aunque a veces te atormentan.

Les cuento a mi regreso.

Por cierto; no quisiera dármelas de mis viajes y cometer a la vez la injusticia de un olvido. Mis recuerdos y homenajes para las envidiosas de turno. Queridas mías: que os den por el culo con una caña rajada.

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