Esta mañana he estado realizando mis compras de sábado. Imbuido por ese spot publicitario en que una familia enloquece al ver su congelador vacío tras la vuelta de sus vacaciones en Peñíscola, he pensado que mejor evitaba mi desquicio acudiendo presto a la misma tienda de ultracongelados del spot televisivo.
Como mi vida universitaria ha recomenzado y mi dieta laboral roza lo penoso, también a mí me ha parecido buena idea avituallarme con algún que otro pescado congelado, porque tener tiempo para “pedir la última” en una pescadería, como que no.
Algunas verduritas, algunos heladitos, y pescado. Unas rodajas de merluza austral enormes, de esas que tienes que sacarlas del congelador seis días antes y ponerlas al sol para descongelarlas. ¿Alguien sabe que diablos es eso de “merluza austral”? ¿Merluza del sur del Pacífico? Por otro lado, el filete de panga estaba a 3,5 el kg, por lo que me ha parecido que estaba bien y he cogido unos cuantos de estos.
La cajera, displicente como todas, pasaba mis congelados por el scanner y esperaba el “pip” de turno para ubicarlas en la bolsa. De pronto, al coger mi panga, la ha soltado de golpe sobre el mostrador mientras profería una levísima arcada y me miraba con desdén. Su mano izquierda se ha deslizado rauda bajo el mostrador a la búsqueda del botón de alarma mientras susurraba conteniendo una nueva arcada: “Panga, ese pescado maldito que viene de Vietnam”.
Claro, al escucharlo, otras señoras que guardaban cola, no la mía, la de la caja digo, han empezado a proferir sendas exclamaciones que oscilaban alternativamente entre el estupor y la nausea. De hecho, una de ellas, una del barrio que llevaba zumo de pera congelado, ha tenido que ser ayudada a salir a la calle porque le venía un desmayo.
Por fin han venido los de “Seguridad”, ataviados con máscaras antigás de importación soviética, y me han invitado a abandonar el recinto, no sin antes abonar gustoso mis filetes de panga. Para postre la cajera me ha despedido con gran descortesía lanzando un solemne escupitajo tras mis pasos.
No sé. Yo no sé que tiene de malo el panga este. A mí, que venga de Vietnam o de Andorra me trae sin cuidado. Tanto como si mi merluza viene de Australia o del Bajo Egipto. Es la globalización, no sé que esperábamos.
Además, suelo ir de compras como consumidor, no como sociólogo o economista, así que no miro la procedencia de los alimentos salvo que ponga específicamente en la etiqueta que vienen de un estercolero. Si me apetecen unas cigalas de 30 el kg. me las voy a comprar, una o dos unidades, pero me las voy a comprar sean de donde sean. Si me apetece panga, pues panga, venga de Vietnam o de Móstoles.
Comer tiene mucho de cultural, eso lo sabemos todos. Hay una frase que dice que “somos lo que comemos”, pero también es cierto que “comemos lo que somos”, y sobre todo; “comemos lo que queremos ser”. En este sistema económico que nos conduce, comer es un reflejo de nosotros mismos, pero sobre todo; lo es de lo que querríamos ser. Del mismo modo que en esta época de crisis se han vendido más “Ferraris” que nunca, pensamos que comprar panga, nos hace muy pobres. Nos hace miseria. Y eso nos resulta inasumible. Preferimos comprar ternera argentina a un precio por encima de lo razonable a comprarla de Girona, aunque nos cueste horrores que nuestro paladar distinga ninguna ventaja sobre su procedencia. Pero comer ternera argentina en periodo de crisis a un precio escandaloso nos sitúa al margen de toda crisis; “no me afecta la crisis, no hay crisis, la crisis sólo la sufre el vecino…” Y como comer es un acto social más allá también de la mesa, quien no compra ternera argentina, es un pobre fracasado que merece de nuestros esputos en la cola del súper.
Mi madre, por ejemplo, abomina de la “casquería” y asocia su consumo a ser muy pobre, muy pobre… más pobre que el más pobre de todo los pobres. Además siempre lo asocia a un determinado colectivo inmigrante, por lo que debería tenerlo fácil para hacer una lectura mucho más en clave cultural que no imbuida por sus prejuicios, pero no lo hace; piensa que comer los clásicos y deliciosos “menudillos” es de ser un miserable.
Pero es que además, lo más absurdo de esta especie de panga-gate, es que leo que la OMS ha dicho que no es aconsejable comer panga porque puede contener pesticidas. ¡¡La OMS!! ¡¡La que aun se está planteando si esto de la gripe A es una enfermedad o es un anacardo vestido de faralaes!! Mire, OMS, a mí que más me da si el panga este se desayuna pesticidas o cereales Kellogg’s. Del mismo modo que nadie me garantiza, en realidad, que las doradas y las lubinas del Delta del Ebro no se desayunen con filtrados de las refinerías de petróleo de Tarragona. ¿Quién me dice a mí que cuando cocino la flamante “Dorada a la Sal” no debiera añadirle un sufijo culinario del estilo “… a la gasolina súper de 90 octanos”? Por no entrar en otros productos; porque ¿en qué fruta o verdura recolectada aquí no tomamos nuestra ración diaria de pesticida?
En nuestra dieta alimenticia introducimos día a día nuestros prejuicios, nos dejamos llevar por las modas, y hacemos de la mesa un reflejo de nosotros mismos como sociedad. Y el Mercado, como institución, aprovecha para metérnosla doblada según soplan los vientos. Si esto es así, cabe plantearnos una nueva lectura económica de la denostación del panga: tal vez sea que en época de crisis no debamos comer productos importados porque lo que debemos hacer es estimular el mercado interior y pimplarnos nuestras propias doradas de refinería. Mucho menos, debemos dejarnos seducir por los atractivos productos importados de mercados emergentes… ¡con lo bien que estábamos sin ellos! ¡Imagínense, piensa la OMS y otras instituciones de iniciales indescifrables, si el panga se pone de moda! Lo mejor es decir que el panga come caca, siguen pensando, y que sigan sorbiendo caracoles o la cabeza de las gambas.
Y escribo esto yo, que soy un maniático de las marcas blancas. No puedo evitarlo; en igualdad de condiciones mi cerebro analiza dos productos pero mi mano escoge el de la marca más atractiva, y repele la marca blanca. Es que no faltan noticias de que las marcas blancas son la peste, aunque vaya; estas noticias siempre proceden de los mismos de siempre, de las otras marcas carísimas y de miles de colores. En fin, algún día les hablaré de esto.