sábado, 30 de enero de 2010

"Not In My House" (NIMH)





Hay noticias que debo reconocer que me llaman poco la atención. Quizá porque geográficamente me quedan un poco lejos, y uno se acostumbra a que los incendios se los apaga uno en casa y que cada perro se lama aquello donde llegue. Es una actitud bastante egoísta, pero querid@s quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra.

Y en este punto les cuento que estos días me ha llamado poderosamente la atención desde la recepción de correos con pps que claman por un mundo limpio y más bonito, o invitaciones a grupos del “Facebook” que chillan por un “No al cementerio nuclear”, hasta noticias en prensa que ponen verde, a eso voy; al alcalde de Ascó por pretender que su municipio albergue el Almacén Temporal Centralizado (ATC). O lo que es lo mismo; a parir un espacio donde guardar los residuos nucleares que generan los procesos que al final nos encienden las bombillas y las plays.

En esto que a mi se me antojan dos consideraciones básicas que ponen en evidencia la santísima inocencia en la que vivimos, sobre todo en el ámbito de un “noismo” social cegato, impulsado por grupos ecologistas, y otras plataformas más oportunistas creadas al uso, yo creo que en un efecto similar al que vincularon el movimiento ocupa con el plan de Bolonia en las Universidades.

Una de estas consideraciones sería que no veo ninguna razón coherente por la que otros nos tengan que guardar la mierdecita que nosotros generamos. Porque supongo que estos grupos antes mencionados saben que generamos residuitos que nos guardan vecinos como Francia. ¿Lo saben, no? Y que estos tampoco lo hacen gratis ¿verdad? Y que Francia está a apenas unos kilometritos de nosotros, con lo que dice muy poco de estos grupos antes mencionados, y de todos y de cada uno de nosotros, si esta situación ya nos está bien. Esto podría considerarse como un acto de egoísmo que mucho se parece al mío, con lo cual les remito a aquello de tirar la piedra.

He leído algo sobre la teoría del “Not In My House” (NIMH), aquella que todos nos aplicamos cuando pretendemos que algo que en el fondo sabemos necesario, nos apetece poco que nos lo apliquen al lado de casa, con lo que mejor se lo encolomamos al pueblo vecino, y así se pudren ellos. Dependerá pues entonces de quien gane el pulso social y político, en torno a una concepción prepucial de la ecología que cubre o descubre nuestro amor por la verduras según se nos antoje en cada momento. ¿Volvemos a hablar de piedras?

Porque ahora nos preocupa mucho lo del ATC este y hasta se nos ponen los pelos de punta cuando se nos lo menciona, pero mucho disfrutamos todas subidas en el “Dragon Khan” mientras vemos casi a nuestros pies aquellas bellas lucecitas. Aquellas, que no son otras que las de la inmensa industrialización petroquímica que sostiene esta zona de Tarragona y aledaños, que mucho llena nuestros depósitos haciendo nuestra vida muy agradable, y que genera los puestos de trabajo imprescindibles que claman sus gentes. Pero entiendo que si en estos momentos nos la pela ¿Porqué ahora jugamos a ser “ecologistas de manual” y no nos ruborizamos nada al mostrar tan abiertamente nuestra enorme y descomunal hipocresía del tamaño de un océano de mierda?

La segunda consideración que me hago a propósito de que el alcalde de Ascó haya ofrecido el municipio para albergar el llamado “cementerio nuclear”, es que si yo hubiera estado en su lugar, también lo hubiera hecho. Y lo hubiera hecho por una sabia razón que puede que a los barcelonacentristas se les escapa; porque la zona de la Ribera d’Ebre necesita de un tejido industrial que absorba una mano de obra que ya no puede justificarse en el campo y las cebollas, y que apuesta por la innovación tecnológica y por el desarrollo, en un inmenso territorio abandonado de la mano de nuestras instituciones. Porque de la misma manera que el alcalde de Ascó, el de Vandellós se cuestionó recientemente que qué va a pasar cuando sus centrales nucleares hayan completado su ciclo vital y deban de ser desmanteladas, y sus trabajadores no puedan ubicarse en otras empresas, como por ejemplo pudiera ser Lear, inmersa actualmente en un proceso de deslocalización ante nuestra mirada pajera.

¿Dónde han estado las verduleras amantísimas del medioambiente y de la ecología, en lugar de montando un pollo para evitar tal deslocalización, dejando con el puto culo al aire a más de 500 familias? ¿Pero cómo se atreven a pugnar por un mundo idealizado sin escuchar la necesidad de sus gentes? ¿Pero cómo se pasan por el forro al 90 % de la población de esta zona quienes están a favor de que les monten el ATC o cualquier otra cosa que les lleve en dirección al futuro? ¿Pero cómo pueden ser tan cínicas de argumentar que el ATC no es bueno para el conjunto de la sociedad catalana, y mantenerse impávidas ante la exportación de nuestra mierdecilla a algunos kilómetros más allá, en territorio francés? ¿Pero qué se piensan? ¿Qué en caso de fuga radiactiva, la nube tóxica se va a quedar quieta en la frontera porque no tiene pasaporte?

Por todo ello que leo que a propósito del tema, Montilla ha dicho que le pone más bien poco que en Catalunya haya un ATC, pero que deja la decisión en manos de los alcaldes opositores a esta infraestructura. Claro, Montilla se ha posicionado lo más políticamente que ha podido. Ahí yo también hubiera hecho lo mismo. Habrá pensado que o montamos algo por allí o los tengo que mantener de alguna manera.

El mundo de hoy es el que tenemos, es el que hemos construido entre todos a través de políticos que están ahí legitimados por nuestros votos. Y a todos no va la mar de bien tener la calefacción centralizada en casa, el aire acondicionado en verano, la TV digital, muchas bombillitas, jacuzzis y la tostadora, incluso las amantes de las hortalizas disfrutan como posesas de tales comodidades. Así que en lugar de plantear batallas con ese “noismo” tan pesado, exijamos a nuestros políticos que lo que hagan, lo hagan bien. Con la cabeza. Ofreciéndonos garantías de su sostenibilidad, de su seguridad, y de que todo vaya la mar de bien. Pero dejemos de poner palos en las ruedas del desarrollo en nombre de actitudes hipócritas, y procurémonos un mundo limpio en sincronía a nuestras nuevas necesidades. No con actitudes inmovilistas que nos llevarían irremediablemente a empezar por el Neolítico, sino con la mente abierta y con el rigor con el que merecemos tratarnos y ser tratados.

jueves, 28 de enero de 2010

Escribe si quieres. Cuéntanos cómo pasó.




Estaba pensando que quizá haya alguien a quien además de leer nuestras burradas, le apetezca escribir algo en este espacio. En este o en cualquier otro, pero que le da como pereza crear un blog, buscar el título, y otros.

Desde aquí os brindamos este espacio. Escribid quienes queráis vuestra cosa y nos la enviáis por e-mail. Nosotros la publicamos.

Vuestra receta de cocina, vuestro clip de la Pantoja, un cuento de niños, una critica despiadada a la vecina, una reseña literaria, el comentario de una película, una reflexión sobre el acné juvenil en los aguacates, una confesión inconfesable, un relato erótico, una historia de amor apasionado entre un doberman y una amapola... lo que queráis.

Lo único que os pedimos es sutileza. Que se puede poner bien verde a tu enemigo sin usar tacos ni decir su nombre, y que además todos lo reconozcamos.

No hay premio, lo siento. Ninguna rubia desmuslada y de sonrisa demencial os hará entrega de nada . Pero hacedlo. Nuestra invitación es en firme.

Entre tanto. Muchos besos

sábado, 23 de enero de 2010

Un día aciago.




Iban a cerrarse las puertas cuando una mano de generosas uñas rojas las detuvo. Aunque es normal que esto pase en los ascensores de muchos edificios, uno no acaba de acostumbrarse nunca, y me sorprendí.

De hecho, más que sorprenderme, me asusté. Aunque si he de ser sincero, debo de reconocer que un susto sencillo no fue. Lo percibí cuando me descubrí en el suelo acurrucado, mientras chillaba de pavor y lloriqueaba como una nenaza que acaba de darse cuenta de que le han robado las bragas, y que no recuerda como ha sido.

Sin embargo, una vez recompuesto, observé que la dueña de aquellas uñas tan rojas como el cencerro de una vaca comunista, apretaba de nuevo el botón del quinto piso y que, ignorando mi presencia, miraba fijamente allí donde todo el mundo miramos cuando viajamos en ascensor, a la puerta.

Era una mujer alta y esbelta, de larga cabellera rojiza y ondulada, de piernas largas y de muslos prietos. Vestía un traje de chaqueta de diseño italiano, tan caro que me contaron un día que para poder pagarlo había tenido que comerse, digamos que lo incomible. Y su perfume... mmm, su perfume. Quizá fuera una marca francesa de aquellas de frasco de diseño y de nombre impronunciable. Sonaba a sándalo, rosas rojas como sus uñas, jazmín, cítricos, y chorizo.

- ¿Chorizo? – pensé en silencio, como todo el mundo hace.

Fue como una bocanada de aire fresco de la montaña que en su recorrido hubiera cruzado y destilado todos los aromas bárbaros de una planta productora de fiambres y embutidos, y que antes de llegar a su destino, mis fosas nasales, hubiera deambulado un rato por una refinería de petróleo. Era como si un inodoro se desbordara y millones de restos de fabada de lata empezaran a masticar chorizo del Bierzo. Era como...

- Perdón, se me ha escapado. – insertó ella entre mis pensamientos, mientras seguía mirando al frente y sacudía su cabellera hacia atrás.
- No, no pasa nada. – le dije yo muy correcto mientras disimulaba una arcada visiblemente entrecortada. – Todos eructamos alguna vez en la vida.

Aquel viaje me estaba resultando eterno, no llegábamos nunca al quinto piso. Suele pasar cuando uno toma ascensores de “low cost”.

La chica de las uñas rojas aprovechó entonces el trayecto para retocarse un poco. Primero los labios, después unos polvejos de esos que las mujeres se echan en las mejillas, y acabó esta primera parte pasándose un peine de esos de púas para adecentarse la cabellera. Digo primera parte, porque la segunda era extraer de su bolso un enorme frasco de laca “Myrurgia” con el que sirvió rociarse durante un rato eterno. Mullida en el éxtasis por el frescor pegajoso de la laca, adecuaba la posición de su cabeza con ligeros movimiento ondulantes de su cuello de piel nacarada.

- Señorita – la espeté tocándole el hombre – entre el eructo a chorizo y la laca “Myrurgia” está usted dejando el ambiente irrespirable.
- ¿Disculpe caballero? – me preguntó con los ojos llorosos de tanta laca impregnados.
- ¡Qué deje usted la laca esta que nos vamos a ahogar!
- ¡Oh claro, disculpe! – la chica guardó la laca y siguió contemplando la puerta.

Yo ya estaba bastante impaciente por llegar a mi planta. No sólo porque los ascensores no me gustan nada, sino porque además estaba harto de aquella de quien empezaba a sospechar que se trataba de una rubia teñida. Aunque lo cierto es que empezaba a estar harto de una forma demasiado prematura, porque lo mejor estaba aun por llegar. Esto fue que de pronto la chica giró levemente la cabeza para preguntarme:

- ¿Me permite?
- Que le permita qué...

Considerando retórica tanto su pregunta como mi respuesta, la del perfume de sándalo sacó de su bolso una pitillera de plata de la que extrajo dos cigarrillos.

- ¡Oiga señorita, no irá a fumar usted aquí y ahora!

Demasiado tarde. El humo de sus dos cigarrillos empezó llenar el ambiente. Humo, humo y más humo.

Por suerte que por fin el ascensor se paró en el quinto piso y pude proceder a desembarcar, si bien sería más correcto afirmar que fui expelido por una nube de humo espeso como un puré de alquitrán. Balanceándome anduve por el vestíbulo mareado, porque para más inri no me había tomado mis “Biodraminas” para viajar en el ascensor, hasta llegar a la puerta de mi casa.

Ofelia, mi adorable esposa, salió a recibirme ataviada con el eterno rodillo de amasar pan.

- ¡Llegas borracho perdido, tambaleándote como una peonza! – gritaba Ofelia fuera de sí.
- ¡No es lo que parece palomita!
- ¡Por mis rulos que esta vez te meto de lo lindo! ¿Y ese olor a sándalo, rosas rojas, jazmín, cítricos, y chorizo? ¡¡¡Has estado con una furcia!!! ¡¡¡Te la has llevado a un restaurante barato y después has retozado de lo lindo en el asiento de atrás de su Audi!!! – gritaba exasperada, mientras intentaba sacudirme con el rodillo.
- ¿Un Audi? ¿Pero quien tiene un Audi?
- ¡¡¡No cambies de tema!!! ¡Esta vez has ido demadiaaaado lejos!!! – gritaba esto mientras furiosa balanceando el cuello de un lado para otro. ¡¡Esta vez cojo a los niños y me voy!! ¡¡¡Se acabó!!! ¿Y donde has metido la boca que tienes laca en el bigote? ¡¡Depravado!!
- Pero si no tenemos niños – me atreví a decir.
- ¡Y encima hueles a cigarro de fulana! ¡Me voy! ¡Que lo sepas! Para posibles negociaciones de paz, estaré en casa de mi madre. ¡¡Adiós!!

(Portazo)

miércoles, 20 de enero de 2010

Un año de amor

Pues ya estamos de vuelta. La Navidad, esa entrañable amiga pesada que llega cada año, y que, por otro lado, tiene la indecencia de transformar tus euros en el banco en sendos michelines en tu cuerpo, se las ha pirado por donde ha venido. Y con el rollo, con el rollo... hemos cumplido un año. El blog ha cumplido un año. Nosotros no; mi alter ego y quien teclea frenético, contamos nuestros años de edad por centurias ya.

Pero lejos de hacer un insostenible recorrido por este año de blog, lo cual aburriría muchísimo a nuestros seguidores, puesto que ya que lo son, saben sobrados qué se ha cocido por aquí durante este año, me apetece agradecer a todas y cada una de las visitas que hemos recibido, dándoles un trillón de besos.

Dados los besos, paso a contarles un anécdota de mi vida como lo pudiera haber sido cualquier otra.

Como buen amo de mi casa que soy, aunque esto me etiqueta mejor como buen vecino que vive en una comunidad de ídems, esta tarde bajé a hacer la escalera.
No, no es que hasta ese momento tuviéramos que subir a nuestras moradas lanzándonos con pértigas, no, no es eso. Es que me tocaba fregar el rellano de la entrada principal, ya saben; rotando que es gerundio.

El caso es que he bajado con mi escoba y mi fregona a las 7 p.m., vaya, lo que viene siendo las 7 de la tarde, y me he puesto a darle a ambos palos como si fueran luchacos a fin de dejar el suelo resplandeciente.
Por supuesto que era mala hora; la del tercero que llegaba con el carricoche del niño, que se estaba comiendo una pera, Doña Pura que venía del Súper y no ha evitado tirar la colilla de Faria sobre mi friegue, los... cómo llamarlos sin ofender a nadie... los vecinos del sexto, esos que conviven 16 en el mismo piso y que a su paso han descrito cara de asombro al ver: A) A un tío fregar el suelo, y B) Esos artilugios raros con los que lo fregaba. Y un largo etc. (Aunque aquí mi alter ego quizá me rectifique puesto que un “etcétera” es un “etcétera”, y nunca es largo, ni corto)

Como bien se imaginaran, entre pisadas, rabos de pera, y colillas... no había manera. Pero a mí eso me ha dado igual. Me da igual porque lo que aquí importa es que te vean. Que en hora punta uno se ponga a fregotear los suelos, cumple este sentido de convivencia en comunidad; que lo hagas. Mejor o peor, con restos de pera o con tampax por los rincones, pero que cuando te toca, lo que cuenta es que te vean bien ataviado con fregonas, y que con brío canturrees un buen tema de Perales; uno de esos de amores desgarradores.

Es que sino, en la clásica reunión de vecin@s, en la que los vecinos de arriba piden el ascensor, y los de abajo que se arregle la antena, que tan abajo la señal de la tele llega casi como de codificado de canal plus, el temita de la limpieza de la escalera sale fijo.

Sobre todo cuando ven a un pipiolo, bello, inteligente, bien formado, y excelentemente dotado como yo, que vive en soledad. Las “doñas puras” de rigor, no lo soportan. Te meten sin descanso con que no friegas la escalera, aunque vean que un niño de dos años relame el suelo ante la mirada de complacencia de su madre. Aunque vean al Mister Propper cabreado tragándose el algodón, ellas lo sueltan; como si soltaran un pedo.

¡Qué pesadas!